“En
un tiempo de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”
George
Orwell
Les voy a
contar una historia.
Un día Larry,
sabedor de su poder y protagonismo en esta Era Digital y de Revolución
Tecnológica decidió decirle algo al mundo a través de un tweet; un mes después la red del muro se enteró y en consecuencia G+
se interesó en la nota y la hizo suya a través de su espacio. La noticia no se
quedó ahí, ya que alguien le contó al sitio Web especializado en albergar
videos [ese donde está la Yuya , Don Justo Verdad, las pifias de Peña Nieto
y furcios varios] y entonces el dato se transformó en video. Acto
seguido, la red social dedicada a subir
fotografías y videos de corta duración, la plasmó en imágenes; y todos
juntos hermanados en lo que conocemos como redes sociales, la hicieron viral.
No obstante,
resulta que en todo este viaje ciberespacial a nadie se le ocurrió validar la
información. Lo que comenzó a través de los 140 caracteres que dicho sea de
paso dio la vuelta a la
Twittósfera y más allá, a cualquiera le pareció fácil y
cómodo expresarlo y sin más, simplemente… lo tuiteo, sin contrastarlo, ni
verificarlo. Y luego las otras redes, cual borregos solo dijeron beee beeeeee y
¡zas! que lo propagan. Bueno, dicha osadía correspondió a los usuarios; y es
que las redes sociales no piensan, lo deben hacer 6 actores distintos: yo, tú,
el, nosotros, ustedes y ellos; así de simple. Y a partir de un acto de
raciocinio láncense los tweets, háganse los post, vengan las imágenes y prodúzcanse
los videos.
Es un hecho, a
las redes sociales -su naturaleza y arquitectura- la conformamos y avivamos, todos.
Tal cual ocurre con la plaza pública, nos corresponde, darles vida.
Ahora,
acompáñenme a conocer parte de la conmovedora, hilarante y a la vez aciaga historia
de la posverdad en la arena socio-política.
El término de
referencia surge en el contexto
del referéndum británico que planteo la salida o no de la Comunidad Económica
Europea, conocida como el Brexit, así como de las elecciones presidenciales en
Estados Unidos, cuyos protagonistas fueron Hillary Clinton y Donald Trump, este
último coronado como uno de los máximos contribuyentes en estos menesteres. Y
así se extiende en cada rincón del mundo -real y virtual- la utilización a
discreción y a veces descaradamente de la posverdad.
En México, la posverdad tiene sus propios
protagonistas y para muestra escuchen con atención al líder del peñismo
abstracto http://bit.ly/2nvpPJB que en unas cuantas palabras intenta
disfrazar la realidad y ofrecer un México donde el #todobien, la paz, la
armonía y la tranquilidad imperan. Seguramente en el mundo de Enrique Peña
Nieto existen los unicornios y los ositos cariñositos.
De lo que no hay duda es que la posverdad trasciende
fronteras, derriba muros [o
sea no le interesa el muro de Trump, le pela los dientes] no necesita visa o pasaporte. Vaya,
la posverdad no tiene nacionalidad, es universal y omnipresente.
The Economist en un artículo titulado “El arte de
la mentira” arguyo que Trump es el principal exponente de la política de la
posverdad que se basa en frases que se sienten verdaderas, pero no tienen
ninguna base real. Y me pregunto y les cuestiono: ¿En donde habremos escuchado
eso? ¿Algún político mexicano vendrá a su mente? ¿Acaso determinadas reformas
legales y políticas públicas?
A la par, el Diario El País publicó un artículo llamado “La era de la política
posverdad” en el cual se recordaba que una cosa es exagerar u ocultar, y otra,
mentir descarada y continuamente sobre los hechos. ¡No pues ya estuvo que con
la mayoría de la descriteriada y hambrienta clase política de este aún
#MéxicoLindoyHerido, ya valió!
Para la desmemoria el mismo diccionario ha nombrado
palabras de año las siguientes: selfie [2013], vapear [2014], emoji [2015]. ¡Ya
avanzamos! porque la posverdad [palabra del año 2016] -con el poder de sus
nueve letras- es una palabra que invita y provoca a reflexionar, para actuar en
consecuencia.
En resumidas cuentas,
posverdad por aquí, posverdad por allá. Posverdad, presente y sonante; casi
estridente, cautivadora, provocadora; amada por unos, analizada por otros y
temida por sus consecuencias. Oxford la define como el fenómeno que se produce
cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión
pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales.
Hace algunos
años di algunos discursos ante un público numeroso. El primero, lo expuse desde
la razón, con palabras y propuestas cuidadosamente seleccionadas; fui aplaudida
y felicitada. El punto de comparación se dio después de mi segundo discurso,
dictado ante un auditorio similar en ideología y número, en esa ocasión fui
emotiva, mi único objetivo era mover sentimientos para que el auditorio se
manifestara de cierta manera; ¿y que creen?; el segundo, con menos razón y más
corazón, tuvo gran impacto. Los aplausos y las felicitaciones, se duplicaron. Años
de distancia y tomando como referencia la definición de Oxford, me percato que
lleve a cabo un ejercicio con tintes de posverdad. En aquellos ayeres,
transformé a los espectadores en un laboratorio sociológico.
Actualmente,
la posverdad ha sido acogida de forma negativa y su uso parece noquearnos sin
límite de tiempo. Algunos la percibimos, pero todos la vivimos y padecemos
exponencialmente en las redes sociales, trasladándose a los medios
tradicionales; siendo duplicada por gobernantes y políticos, sin pudor alguno.
¿Cómo combatirla y darle un nocaut? ¿Se puede?
La respuesta a esta última interrogante es sí. Los cómos aunque en apariencia
son sencillos no cualquiera se atreve a ejercitarlos, ahí les va: lean,
contrasten, verifiquen, usen el sentido común y generen su propia opinión. En
suma, las grandes
mentiras existen solo si tú te las crees, por eso escuchen, vean y lean más
todo el tiempo. ¿Es fácil? nada que valga la pena en esta vida,
lo es. Dejo aquí esta provocación, para la reflexión.
Por hoy es
todo.
¡Hasta la
próxima Nornilandia!